El pasado 21 de junio
dejó el plano terrenal el dirigente político Pompeyo Márquez, hombre que podía
ser considerado “la historia viva de toda una nación”, vivió dos férreas dictaduras
y fue testigo excepcional de los acontecimientos más importantes de la Venezuela
contemporánea. Pocos personajes pueden tener ese gran privilegio y a la vez ser
un protagonista principal en las luchas por la democracia, ¿Y por qué no reconocerlo?
También en las batallas por implementar sistemas poco democráticos, cosa que el
propio Pompeyo reconocerá como un error, por creer, como muchos otros líderes
de la izquierda, que a través de las armas lograrían la conquista del poder.
En los actuales
momentos vivimos el capítulo más oscuro de nuestra historia contemporánea, una élite aburguesada pretende perpetuarse en el poder y convocan una Constituyente
fraudulenta para darle legalidad a una autocracia corporativa. El ejemplo de
personajes como Pompeyo cobra relevancia, ya que supo, aun desde la
clandestinidad, enfrentar a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y nunca ser
atrapado por la Seguridad Nacional a cargo de Pedro Estrada.
A veces nos dejamos
abatir por el pesimismo ante los escollos que debe enfrentar la sociedad; la
huida hacia atrás o a los lados parece una opción lógica, pero no nos
percatamos de que en medio de tanta incertidumbre, todavía se puede luchar por
una patria mejor para todos. Eso lo entendió Pompeyo y por esa razón, a pesar
de ocultarse detrás del personaje de Santos Yorme, aprovechó la oportunidad
para enviar mensajes contra una dictadura sangrienta, cargados de esperanza tratando
de fortalecer la autoestima nacional para insuflar el aire de la libertad a esa
Venezuela que muchos soñaban.
La lucha democrática siempre
estará cargada de contradicciones entre la violencia y la no violencia; muchos
podremos justificar algunos mecanismos poco tradicionales, pero lo que no
debemos justificar nunca es comportarnos como aquellos que desprecian la
democracia. Tampoco podemos ser ciegos e ignorar una realidad compleja que nos
arropa; debemos tener mucha claridad en la estrategia, poner el oído al suelo y
sobre todo mandar mensajes que conecten con esa sociedad que se siente aislada
de las luchas intestinales de las clases políticas.
Aunque ya Pompeyo no esté
con nosotros, se mantiene el espíritu de Santos Yorme en cada ciudadano que
lucha día a día desde su trinchera por un mejor país, con la certeza de que
bien vale la pena. Sus mensajes quedaron allí, como una muestra de que el
esfuerzo será recompensado con un mejor futuro para las generaciones que están
por venir.
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