Hace
59 años se marcó un antes y un después en nuestra historia, la caída de la
dictadura militar daba inicio a una etapa democrática que muchos anhelaban,
pero que jamás se imaginaban que sería de largo aliento por mantenerla y
renovarla. Desde 1958 la democracia ha tenido no pocos retos por su
mantenimiento y dificultades para lograr estabilizarla, antes del año 1998
varios episodios evidenciaron lo frágil que era y que es una lucha constante
que debemos tener por mantener a nuestra querida y maltrecha democracia, para
lograr, de alguna manera su perfección.
Salir
de una dictadura donde los militares probaron las mieles del poder, costó
mucho, pero más costó que la logia militar entendiera su papel en la nueva
etapa democrática. En los primeros años de la democracia fue evidente que
grupos de militares buscaron nuevamente irrumpir en el poder, muestra de ello
fue la conjura y posterior invasión de Jesús María Castro León a Venezuela, en
1958 y 1960 respectivamente; el alzamiento de la Policia Militar en 1959 y las
asonadas militares ocurridas en 1962 conocidas como el Carupanazo y Porteñazo.
Estos alzamientos tuvieron un factor interno que era el retorno al viejo esquema
con otro rostro, pero también tuvo influencia extranjera, como el caso de la República
Dominicana, encabezada por Rafael Leónidas Trujillo o en la última etapa, la
influencia de la Revolución Cubana de Fidel Castro.
Después
de los capítulos de conjuras y alzamientos, se logró la institucionalización y
sometimiento al Poder Civil de nuestras Fuerzas Armadas, las cuales fueron
factor de estabilización y defensa de la democracia a la hora de enfrentar la
lucha armada guerrillera de mediados de los 60. A pesar que en Suramérica durante
los 70 y gran parte de los 80 hubo dominio de gobiernos militares, en nuestro
país se continuó con el cauce democrático, aunque la memoria colectiva recuerda
los hechos lamentables de febrero de 1989, en los cuales se evidenció la
violación de los Derechos Humanos por parte de efectivos militares, al igual
que en los intentos de Golpe de Estado de 1992 por elementos clave de las FAN, pero
hubo un evento antes de estos sucesos, poco conocido, el cual evidencio la
tentativa militar a irrumpir en el
poder, conocida como la Noche de Los Tanques, acaeció el 26 de octubre de 1988
y nunca quedó claro quién o quiénes fueron sus cabecillas, sólo fue investigado
por este hecho el mayor José Domingo Soler Zambrano.
También
algunos grupos democráticos se vieron tentados a tomar por asalto el poder,
ejemplo de ello fue la lucha armada que encabezaron grupos radicales de
izquierda durante la década de los 60, que embriagados por la Revolución
Cubana, anhelaron hacer la épica de Fidel Castro en versión criolla. Aunque las
diferencias entre las realidades en Venezuela y la Cuba de 1959 eran muy
distintas, la guerrilla cubana combatía un régimen dictatorial, en venezolana
se combatía contra un gobierno legitimado en las urnas. El propio Partido
Comunista Venezolano, resuelve en su VIII Pleno el repliegue de la lucha armada
y buscar así una reinserción en la lucha democrática a través del voto popular.
A
partir de los 70 y bien entrados los 80 se estableció el criterio que el
conflicto democrático se dirimía cada cinco años en las elecciones
presidenciales y parlamentarias, lográndose una ilusión de equilibrio de
poderes entre el Parlamento y la Presidencia de la República, además de
lograrse una alternancia entre los dos grandes partidos del momento Acción
Democrática (AD) y COPEI. El establishment
político del momento asumió que el pueblo aceptaría las condiciones
democráticas, aunque estas estuvieran en franco deterioro, en 1988 fue el pico
máximo del bipartidismo AD-COPEI, viéndose desmoronado en pocos meses con los
hechos del Caracazo; las primeras elecciones regionales en nuestra historia
evidenciaron las fisuras de los grandes partidos, con la entrada de liderazgos
emergentes en cargos ejecutivos regionales y locales de los partidos La Causa R
y el Movimiento Al Socialismo.
En
los años 90 quedó demostrado que la democracia no podía reducirse a meros
eventos electorales; las asonadas militares del 92 abrieron la compuerta a una
reflexión profunda del sistema democrático, sumado al deterioro de los
partidos, que habían perdido conexión total con la ciudadanía. Así lo decía
Rafael Caldera en su intervención en el Congreso aquel 4 de febrero “Es difícil
pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando
piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer”. La
imposibilidad de buscar solución a los problemas que más aquejaban a la gente,
sumado a un barril de petróleo inferior a los 10 dólares, llevaron a Hugo Chávez
al poder en 1998, con la promesa de una Constituyente que resolvería como arte
de magia todos los problemas.
En
los últimos 18 años hemos visto una película muy particular, en la cual el tono
antipolítico ha sido el dominante, se sustituyó un sistema por otro que no ha
terminado de resolver los grandes problemas del ciudadano. No se puede negar la
nueva conciencia crítica que nació a partir de 1999, una sociedad que no se
limitó al molde de Pueblo y lo rompió para convertirse en Ciudadanía, capaz de
analizar, contestar y protestar por las injusticias de las autoridades. Aunque
se han tenido en promedio, una elección por año en la última década, queda en
evidencia que el problema de la lucha democrática no es lo electoral, es lo
social, lo participativo, en el cual el ciudadano pueda sentirse seguro, cómodo
y representado por las instituciones. Todavía queda pendiente aquella lapidaria
frase que decía Caldera aquel 4 de febrero y que podemos adaptarla a nuestros
tiempos: No podemos pedirle a la gente que se inmole por una revolución, cuando
la misma no le garantiza el pan para sus hijos.
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