Los venezolanos
enfrentan una emergencia muy grave donde está en peligro la vida de las
mayorías por el hambre, las enfermedades no asistidas por falta de medicinas e
implementos y la violencia diseminada e impune. Ante este panorama es
fundamental pensar y accionar los puntos básicos para una agenda de diálogo
para la concertación.
Nuestra apuesta
política fundamental consiste en un gobierno de concertación nacional o al
menos un gran acuerdo, un horizonte básico alternativo, que se comprometan a
respetar todas las partes. Queremos tematizar la importancia que tiene para
nuestra situación este tipo de gobierno. La razón de fondo es que en el país no
sobra nadie y, sin embargo, el Gobierno con su lógica revolucionaria –que
entiende que todo comienza con él y que antes no ha habido nada bueno desde
Bolívar, lógica muy reforzada por el talante militarista que plantea sus
acciones de gobierno como batallas en contra de enemigos, que son en gran
medida venezolanos– ha dividido a los venezolanos entre los que lo apoyan y los
que no lo apoyan o lo adversan y, en contra de la obligación de un gobierno
democrático, que es el gobierno de todos los venezolanos, solo gobierna para
los que lo apoyan, es decir, que gobierna para sí mismo. Y una parte de la
oposición, participando de esa lógica adversativa, cree que no hay nada que
hacer con los que apoyan el proceso que inició Chávez.
Si nos plegáramos a
esta lógica dejaríamos de ser cristianos, porque lo que distingue a los
cristianos no son doctrinas ni ritos, sino relaciones: de filiación con
Papadios y de fraternidad con todos. La relación de filiación excluye el
endiosamiento propio y el individualismo, y por tanto excluye la aceptación de
la lógica política y económica liberal, que está basada en los individuos
libres que hacen de su vida lo que quieran, con tal de que no obstaculicen a
los demás, pero compitiendo con los demás para que lo suyo prevalezca. La
relación cristiana de fraternidad se extiende a todos, sin excluir a nadie, ni
siquiera a los que se entienden como individuos sin lazos ni a los que
excluyen, y privilegia a los pobres, porque ellos son el lugar de la
universalidad concreta: solo cuando les vaya bien a ellos les irá bien a todos.
Por tanto, no podemos
resignarnos a que en nuestro país triunfe un partido –sea cual sea–, una parte
sobre la otra, de tal manera que la excluya. Este es un horizonte trascendente,
porque está basado en que, en Jesús, el Hijo único y eterno de Dios, todos
somos hermanos porque tenemos un mismo padre que es su Padre, y por tanto es un
horizonte gratuito e incondicional, ecuménico, horizontal y simbiótico. Desde
él no podemos aceptar un horizonte societal y político escindido y excluyente
como el que existe hoy en el país; como tampoco podemos aceptar el horizonte
que se ha impuesto a nivel global, que es todavía más excluyente ya que está
basado en el dominio despótico del capital, y ni siquiera el productivo, sino
el especulativo, que sacrifica a la mayoría de la humanidad, una mayoría
creciente.
Por eso la
incomodidad actual de los cristianos, que tenemos que rechazar la polarización
política en nuestro país y que tenemos que rechazar igualmente la de la
globalización neoliberal. Pero, no lo olvidemos, sin rechazar a los que
rechazan, aunque rechacemos sus políticas. Por eso, para pasar de una
confrontación antagónica a una variedad de posturas más o menos compatibles
entre sí o que al menos no rechazan a los contendientes, sino que por el
contrario los aceptan como conciudadanos con plenos derechos, tenemos que pasar
por un gobierno de concertación nacional. En este gobierno no pueden faltar
aquellos chavistas que ni absolutizan su horizonte ni se han dedicado a
enriquecerse escandalosamente. Tenemos que decir de entrada que estos chavistas
existen y que no son excepción.
Pero además de esta
razón de fondo para encaminarnos a un gobierno de concertación como paso previo
para retornar al pluralismo democrático, existe una razón, que podemos llamar
de realismo craso: así como el gobierno actual no está gobernando porque está dedicando
casi todas sus energías a combatir a los que considera sus enemigos, así, si
hubiera referendo revocatorio y lo ganara la oposición y si hubiera elecciones
y también las ganara, va a tener que emplear muchísimas energías en combatir a
los chavistas en la oposición. Si no hay acuerdos básicos pactados por todos y
que todos respeten, no vamos a salir del hoyo.
Hay que concentrarse en el país
Porque estamos tan
mal, la emergencia es tan grande, que se necesitan todas las fuerzas para poner
a flote al país y para eso hay que concentrarse en él. Luego habrá tiempo de
volver al poder político relativo y no antagónico.
Para eso, claro está,
todos tenemos que reconocer que estamos en una emergencia gravísima porque está
en peligro la vida de las mayorías por el hambre, las enfermedades no asistidas
por falta de medicinas e implementos y la violencia diseminada e impune; porque
no podemos salir del hoyo por la falta de trabajo calificado y productivo; y no
hay trabajo porque las empresas están arruinadas por el Estado; y las empresas
expropiadas y, más en general, la administración no funcionan porque los
criterios respecto del personal no son la cualificación para el puesto y la
eficiencia demostrada, sino la adhesión a la causa, que es un criterio
aberrante para un organismo que representa a los ciudadanos y está a su
servicio y es responsable ante ellos y no, ante todo, ante el Gobierno, que
debe mantenerse lo más independiente posible respecto del Estado, acentuando
únicamente algunas líneas estratégicas de acuerdo con la ciudadanía y velando
por su eficiencia, conjuntamente con los usuarios que son los más directamente
implicados.
Todas las fuerzas del
país deben concentrarse en que haya medios de vida y seguridad básica y para
eso en que se reinstaure el circuito económico y que el Estado vuelva a su
función básica, que no ejerció tampoco en las últimas décadas del siglo pasado.
Por tanto, debe haber acuerdo básico respecto de estos problemas y del camino
para resolverlos.
Este debe ser el
objetivo del gran acuerdo nacional y del gobierno de concertación que lo lleve
a cabo. Si esto no fuera posible, tiene que darse al menos un acuerdo signado
por todos y que todos se comprometan a realizar. Sin embargo, como no es fácil
exigir ese cumplimiento, creemos imprescindible el gobierno de transición, que
no puede ser obviamente partidista.
Si insistimos que la
solución no es salir de este Gobierno, sino salir de la terrible postración
actual que está convirtiéndose en simplemente letal, no podemos proponer lo
contrario de lo que hoy hace el Gobierno, sino lo contradictorio. No podemos
irnos al otro polo porque los contrarios no son superadores. Ya hemos dicho que
para nosotros no es ningún ideal plegarnos a la dirección dominante de esta
figura histórica globalizada. El horizonte que tenemos que consensuar tiene que
ser alternativo. Por tanto, ese horizonte alternativo tiene que ser una superación
dialéctica de las fuerzas en liza, en el sentido preciso de que tiene que
incluir sus positividades y negar sus negatividades. Ese horizonte es el que
tiene que establecerse como el gran acuerdo en que convengan, en que
convengamos, todos.
Puntos básicos para una concertación
Vamos a exponer, en
base a la problemática detectada, que nos parece inocultable, los que
consideramos como puntos básicos para una concertación en el aspecto político.
Que no puede no tomar en cuenta los niveles sociales, económicos y personales
de la situación, que no tocaremos nosotros.
Solo una palabra
sobre el nivel personal: si la vida está en peligro, si la producción y la
productividad está por los suelos, si el Estado casi no funciona, y si es
verdad que estos son males muy graves, estamos convencidos de que el mal más
grave que padecemos los venezolanos es el daño antropológico. La gente que de
un modo u otro está aprovechándose de la situación, dejando de lado su
dignidad, no es excepcional, sino que en cierto sentido da el tono a la
situación. No es de ningún modo la mayoría, pero sí es una minoría consistente
y, bastantes, empecinados en el mal. Si desde nuestro punto de vista no podemos
excluir a nadie, tenemos que contar con procesos exigentes y prolongados de
rehabilitación personal. Tenemos que combinar la justicia legal, sobre todo
para casos ejemplarizantes, con la justicia regeneradora. Si no dedicamos
muchos esfuerzos exigentes y prolongados a lograr la rehabilitación, el país no
será viable.
Estos serían, a
nuestro modo de ver, los puntos básicos para una agenda de diálogo para la
concertación:
Estado como institución que administra los mínimos de
bien común pactados por los ciudadanos, con la contraloría
de ellos. Institución imprescindible, pero no única, de solidaridad social. Una
institución que funcione efectivamente como órgano de la voluntad general, más
allá del particularismo de tribus o de partidos que se presentan como facciones
o de las élites económicas, culturales y sociales o más allá también de su
propia lógica corporativizada.
Rechazamos que el
Gobierno actual haya absolutizado al Estado, a la soberanía y a la seguridad
nacionales y a la patria, con lo que, de hecho, ha relativizado a los
ciudadanos, reduciéndolos a la condición de súbditos o adherentes entusiastas y
colaboradores o a individuos meramente tolerados. Rechazamos
complementariamente que haya que reducir al Estado a lo mínimo indispensable y
haya que dar a los individuos, en realidad al capital, toda la libertad
posible.
Si nos constituimos
como personas por las relaciones horizontales y simbióticas que entablamos, no
podemos absolutizar ni a los individuos ni a una institución. Tenemos que
rescatar al Estado repolitizando a la sociedad con asociaciones intermedias,
redes sociales, desde individuos densos en relaciones personalizadoras. También
tenemos que reponer lo público en nuestro imaginario social, lo público como lo
que no es susceptible de apropiación privada por parte de nadie, tampoco de un
partido político ni de un líder mesiánico, y como lo que es responsabilidad de cada uno,
compartida por todos. Hay que desterrar del imaginario social la idea del
Estado como fuente de ingresos privados discrecionales, idea que se fue
fraguando durante el siglo XIX, que fue desechada en la fase de modernización
desde Medina hasta el primer gobierno de Caldera y que luego rebrotó hasta
ocupar en buena medida el imaginario público.
Estado civil. El mínimo de un
Estado democrático es que sea un Estado civil. No puede ser eclesiástico, por
la injerencia, por ejemplo, de ayatolas o talibanes o de la institución
eclesiástica. No puede ser cívico-militar, por la injerencia de los militares o
por dar al estamento militar una participación programática en el Estado y el
gobierno, ni por militarizar a la sociedad con la constitución de milicias como
apoyo al gobierno, ni armando a grupos civiles, con el mismo objetivo, que
serían así paramilitares. Tampoco puede ser un Estado plutocrático, por la
injerencia del poder económico en las leyes y más aún en la administración de
los asuntos, que acaba secuestrando lo público en función de sus intereses, de
manera que las ganancias sean privadas y las pérdidas las asuma el Estado y
finalmente la sociedad de a pie. Ni mediático, por la injerencia de los que
dirigen los massmedia, que pertenecen a los grandes grupos económicos y están
corporativizados. Tiene que ser un Estado civil. Por tanto, los militares
tienen que volver a sus cuarteles y dejar de ser deliberantes, aunque retengan
el derecho a voto. Hay que prevenir, en el otro polo, que gobierne el capital
y, como un aparato suyo, como ahora lo son del gobierno, los massmedia.
Democracia representativa y responsable. Negamos la pretensión de la democracia directa, que, como ya
experimentaron los griegos, siempre acaba en demagogia. Negamos también el
predominio de la participación sobre la representación, porque la participación
es imposible en ámbitos demasiado grandes y también en tareas demasiado
complejas. Pero sí pretendemos que se dé efectivamente una representación
auténtica. Esta supone un respeto básico de los gobernantes respecto de los
gobernados, que actualmente no existe. El respeto se traduce en que el programa
electoral tiene que ser efectivamente el programa de gobierno y por eso tiene
que ser claro y preciso de manera que los ciudadanos sepan qué votan y puedan
hacer luego la contraloría (el caso más claro de lo contrario fue el segundo
gobierno de Carlos Andrés, que por eso acabó en su destitución).
Un punto de honor en
ese Estado responsable que tiene que advenir es la trasparencia. No solo tienen
que estar claros los presupuestos y al día su ejecución y las cuentas claras a
la Asamblea Nacional y a la opinión pública, sino que los presupuestos se
calculen por el estimado real de los ingresos y no se dé la ficción de un
estimado muy bajo de ingresos, sobre todo la renta petrolera, para disponer de
la diferencia discrecionalmente. La opacidad es el mayor atentado a la
democracia, tanto porque la ciudadanía tiene derecho a informarse para hacer
contraloría social, como porque es el mayor aliciente de la corrupción y lo que
la convierte en sistemática e impune.
En la teoría y en la
práctica hay que poner al Estado, en nuestro caso al gobierno, en su lugar. Él
es mero mandatario de los ciudadanos. No es ningún poder originario, ningún
poder de suyo y en sí. Y, por tanto, tiene que servir a los ciudadanos y no
erigirse sobre ellos. Tiene que ser responsable ante ellos.
Separación efectiva de poderes, con jueces y miembros del poder moral y del Consejo Nacional Electoral
independientes, tanto de partidos como de poderes económicos, íntegros y
capaces, elegidos por consenso. No, como pasa actualmente, elegidos por el
Ejecutivo por su reconocida subordinación a él y dependientes de él. No es
alternativa superadora repartirse los cargos según la proporción de votos
obtenidos. Tienen que ser realmente independientes.
Superación del rentismo. El rentismo que debe ser superado es el que convierte a la renta
petrolera en la fuente principal de los recursos del Estado, mediatizado por el
gobierno, y de la sociedad. Sin embargo, debemos de contar con la renta
petrolera como palanca para motorizar la productividad de la sociedad y la
solidaridad del Estado, de manera que lo puesto en movimiento supere con creces
a la renta petrolera y se transforme en plataformas estables de dinamismo
económico y solidaridad social. Eso es sembrar el petróleo.
Pero no basta. Como
el recurso es volátil, no se puede sembrarlo todo; una buena parte tiene
constituir fondos a largo plazo de estabilización macroeconómica y como renta
para una seguridad social inclusiva, efectiva y a la altura del tiempo, que,
sin embargo, también tiene que financiarse con las contribuciones de los
ciudadanos mediante impuestos progresivos a la renta y no tanto con impuestos
indirectos.
Meritocracia en todas las áreas del Estado, oposiciones y carrera administrativa en base al desempeño. No, como
pasa actualmente y pasó, aunque en menor medida, anteriormente, dar cargos como
modo de premiar a sus militantes, con la única credencial de la adhesión a la
causa. Esto requiere un proceso arduo de reinstitucionalización en base a los
méritos y la vocación de servicio público.
Este rediseño reclama
el surgimiento en el país de una cultura institucional, en el sentido preciso
de concebir y valorar las relaciones abstractas, im-personales, sin rostro y
nombre conocidos, basadas únicamente en el atenerse a las funciones y los
protocolos, y descartando el familismo, amiguismo y partidismo. Valorar este
tipo de relaciones equivale a considerarlas como fuente imprescindible de
personalización.
Servicios públicos eficientes: educación, salud y seguridad social a la altura del tiempo. Como se
logró en los años 60 y 70. Se excluye la educación ideologizada y partidizada,
la salud atomizada en misiones e ineficiente, y la seguridad social reducida a
una cobertura mínima y no pocas veces como premio a los suyos. Se excluye el
otro extremo: reducción al mínimo de esos servicios y privatización de los
servicios como norma general. Esto requiere un sistema tributario equitativo
(no basado sobre todo en impuestos indirectos) y eficiente (no tanto a las
empresas cuanto al patrimonio).
El servicio público
mínimo exigible, que actualmente no se da, es el de la seguridad básica: fin de
la impunidad generalizada. Para lograrlo, no puede haber guardias, policías ni
jueces empleados partidísticamente, sino altamente profesionalizados y
moralizados.
Apoyo del Estado a la empresa privada productiva con
función social. Se excluye la guerra actual a la empresa privada y
el apoyo a las empresas gobiernistas, que son el equivalente de las subsidiadas
antes del régimen actual. Se excluye también el Estado empresario por el robo
descarado de empresas privadas que una vez en manos del Estado han dejado de
ser productivas. En el otro extremo se excluye también la libre empresa ocupada
solo en optimizar sus ganancias a costa de sus trabajadores y de los
consumidores. La propuesta es que el Estado custodie que la empresa privada
cumpla con su responsabilidad social, que no equivale a propaganda corporativa,
sino que se ejerce con sus proveedores, sus trabajadores y los destinatarios de
sus productos, mediante relaciones simbióticas en las que todos salgan ganando
y no seguir jugando el juego de que lo que gana uno, pierde el otro.
Empresas básicas del Estado, con productividad. Sobre todo, las de petróleo. Tiene que estar institucionalmente claro
que estas empresas no son del gobierno y que por tanto no pueden ser llevadas
de modo clientelista y discrecional, sino que tienen que restringirse a lo
suyo, llevado eficientemente. Pero no pueden constituirse, como llegó a pasar
antes de Chávez, en un Estado dentro del Estado. Complementariamente tampoco
deben ser privatizadas. Ante todo, porque las ganancias tienen que ser para los
venezolanos y compartirse entre la empresa adjudicataria y el Estado; pero
también porque es bueno para el Estado, como pasó con la nacionalización, tener
solvencia empresarial a la altura del tiempo, de manera que esa cultura se
disemine en la sociedad.
Descentralización participativa porque, como insistimos desde el comienzo, así como en lo muy extenso y
complejo es inviable la democracia participativa, en lo local es en extremo
conveniente para que los ciudadanos tengan conciencia de lo que es decidir y
gestionar responsablemente. Este objetivo de la descentralización excluye que
de hecho funcione, como en buena medida ha sucedido hasta hoy, como el reino
sin control de los poderes fácticos locales: los caciques, la oligarquía local,
los adinerados de siempre.
Si no hay democracia
a este primer nivel es porque los ciudadanos se desentienden de su
responsabilidad, porque no son demócratas, porque no asumen las riendas de su
destino, o porque no han adquirido suficiente consistencia como para que pongan
en su lugar a los poderes fácticos.
En ambos casos,
aunque haya democracia procedimental, nunca habrá democracia real en el país,
hasta que los ciudadanos crezcan en densidad personal y responsabilidad. Por
eso es tan importante ir logrando una participación cualificada a nivel local.
Dar lugar al pueblo como sujeto consciente, en vías de
capacitación continua y organizado. Esto excluye dos
extremos: ante todo, el actual: hacerlo todo en nombre del pueblo, utilizándolo
partidísticamente y en el fondo como cliente. Pero también excluye, el otro
lado, tratarlo como mero ciudadano, indistinto de los demás. Frente a esos dos
extremos nosotros propugnamos una discriminación positiva para contrarrestar la
discriminación negativa. El punto de partida, también en nuestro país, es la
democracia liberal, que parte de que todos los ciudadanos son iguales ante la
ley. De ese modo la ley reconoce y protege la desigualdad real del punto de
partida de la constitución democrática. El otro polo, es el del Gobierno
actual: hacerlo todo en nombre del pueblo, pero mediatizándolo, utilizándolo
como mera correa de trasmisión de sus políticas y como coro aplaude y acuerpa,
a cambio de dádivas en dinero o en especie. La dependencia del pueblo lo
infantiliza y a la larga le causa mayor daño que quien lo desconoce y obliga a
que dé de sí al máximo por estar en condiciones de inferioridad.
La superación
dialéctica es la discriminación política, que va unida siempre a la exigencia.
Lo que se da, sobre todo, son facilidades para la capacitación a la altura del
tiempo y la posibilidad de crédito en condiciones favorables para sus
emprendimientos; todo eso, con los debidos controles de calidad. También se
propicia su organización, pero en organizaciones de base, no clientelares.
Estos serían a
nuestro modo de entender los elementos mínimos de un horizonte superador
realmente alternativo, con las actitudes básicas que los posibilitan.
Fuente: Centro Gumilla
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