Este artículo va
dirigido no solo al Gobierno y a la oposición y a las mesas de diálogo (que
cuando salga este artículo pueden estar ya fenecidas), sino a todos los venezolanos,
porque de todos modos el diálogo es imprescindible y nos incumbe a todos y
todos tenemos que presionar para que se dé hasta lograr los resultados
esperados.
El punto de partida
es que el diálogo es imposible. Por eso es imprescindible dialogar para hacerlo
posible. Si de entrada fuera posible, no se necesitaría entablar mesas de
diálogo: bastarían los canales ordinarios, sobre todo la Asamblea Nacional.
Es imposible porque
muchísima gente y entre ellos la oposición, no confía en el Gobierno. No es que
esté en desacuerdo con él, sino que cree que no es de fiar porque no es leal y
ni siquiera veraz. Cree que ahora no es más que una dictadura decimonónica
empeñada en no perder el poder. Al principio se creyó una revolución, luego
apareció su carácter totalitario, refrendado cuando, después de perder el
referendo para reformar la Constitución, Chávez puso en práctica las reformas
que le fueron negadas por la ciudadanía. Ahora ni siquiera gobierna; gasta casi
todas sus energías en permanecer por cualquier medio. Ahora bien, parte de la
oposición también ha mostrado su carácter poco democrático al instar a
permanecer en la calle hasta que cayera el Gobierno, obstaculizando el
desenvolvimiento de la ciudadanía para lograr sus fines, sin advertir que lo
que sale de ese modus operandi no puede ser una democracia. Por eso una parte
considerable de la ciudadanía no cree ni en el Gobierno ni en la oposición. No
se siente representada por ellos y va en busca de una alternativa superadora.
En estas condiciones no es posible el diálogo. Y sin embargo, es
imprescindible.
El que el diálogo de
entrada sea imposible hace ver lo deteriorada que está la situación nacional.
No solo nos pasa que no hay alimentos y donde los hay, sobre todo en la
frontera, no alcanza el dinero para compararlos; no solo que no hay medicinas,
ni siquiera las imprescindibles para los enfermos crónicos, ni los elementos
más elementales en los hospitales; no solo que la inseguridad es pavorosa y que
la impunidad es casi total, ya que en la comisión de delitos están incluidos
muchos jueces y policías; sucede además que no hay cauces para procesar
superadoramente estos problemas. Todos los que arbitra el Gobierno, como parten
de la exclusión de la empresa privada productiva, que es la independiente de él,
agravan la situación.
Por eso es
imprescindible dejar de lado los cauces ordinarios (hay que reconocer que hace
tiempo que se dejaron) y sentarse a dialogar hasta que se resuelvan
estructuralmente estos problemas. Estructuralmente, no mediante medidas para
cada caso, desconectadas de los demás. El esquema de las misiones no sirve. No
hay problemas sueltos. La realidad es una estructura abierta en la que todo
está conectado. Las medidas que se tomen tienen que modificar la realidad.
Dialogar
para hacer posible el país
Si no hay conciencia
de que la situación no aguanta más, que no hay derecho que la gente tenga que
sufrir tanto, que la vida de la gente vale más que el poder político, el
prestigio internacional e incluso el dinero robado; si no hay conciencia de que
nunca en la historia de Venezuela hemos vivido tan mal e incluso que nunca en
la Venezuela moderna pudimos haber imaginado que pudiéramos llegar a este
abismo; si no hay conciencia de que, teniendo las reservas probadas de petróleo
más grandes del mundo, la empresa que lo produce no solo no financia una parte
considerable de la marcha del Estado, sobre todo de la Seguridad Social, sino
que está quebrada porque no es productiva, porque cuando llegó este Gobierno
producir un barril costaba cinco dólares y ahora cuesta más de veinte; si no
tomamos conciencia de que las empresas expropiadas no son productivas; si no
tomamos conciencia de que esto, además de ser absolutamente injusto, es
inviable; si no tomamos conciencia de que el país es de todos y que, por tanto,
el Gobierno no es dueño del país; si no tomamos conciencia de que lo que nos
incumbe a todos lo tenemos que discutir y decidir entre todos; si no tomamos
conciencia de todo esto y, sobre todo, si no nos duele en el alma el
sufrimiento de la mayoría de los venezolanos, no haremos lo suficiente para que
estos problemas estructurales se resuelvan mediante el diálogo constructivo.
Fomentar
actitudes que posibiliten el diálogo
Solo si somos de
verdad hermanos de todos los venezolanos y por tanto no andamos pensando
únicamente en nuestros intereses y en los de los nuestros, sino en todos y
sobre todo en la vida amenazada por el hambre y la inseguridad de las mayorías,
solo si estamos en esa tesitura vital o por lo menos queremos decididamente estarlo,
nos abocaremos al diálogo como único camino de solución; entonces sí entraremos
al diálogo hasta que se resuelvan.
Lo que más urge
entonces es fomentar estas actitudes, tanto en nosotros como en el ambiente, y
desechar las contrarias. La primera actitud que tiene que plantearse de otro
modo es la de considerarse un individuo suelto y mirar por sí mismo,
desentendiéndose de lo demás. Nos hundiremos cada día más si cada quien se
limita a mirar por sí mismo. Tenemos que ver nuestro bien en el bien del conjunto.
Ese es el sentido del bien común: el bien al que yo he contribuido, como han
contribuido los demás, en que se realiza mi bien como miembro personalizado del
conjunto, como se realiza también el bien de los demás. Tenemos que pasar del
juego que se juega a nivel mundial, un juego deshumanizador y letal, en el que
lo que uno gana lo pierden los demás, a otro en que todos salimos ganando.
Este cambio es
capital. En este sentido tenía razón Chávez al criticar a la dirección
dominante de esta figura histórica porque va en la dirección de mayor inequidad
de toda la historia. En este punto el problema no es solo nuestro país, es
también la dirección dominante de esta figura histórica que en este punto no se
presenta para nosotros como una alternativa superadora. Este cambio de actitud
es indispensable para que el diálogo lleve a una verdadera solución, es decir
para que salga ganando el país y los ciudadanos en él, y no, algunos
privilegiados.
La segunda actitud
que tiene que remitir es la de mirar solo quiénes son los culpables y qué hacer
con ellos, porque el que la hace, la paga. La justicia y el resarcimiento de
las víctimas no se pueden omitir; pero antes, como primer paso, hay que
solucionar estructuralmente estos problemas gravísimos, impostergables. El que
está en el poder, si no es verdadero representante de los ciudadanos y por
tanto responsable ante ellos, vive la ilusión de que el poder, del que se está
aprovechando, es eterno. Sin embargo, la justicia siempre llega. Pero no
podemos empezar por ahí. No podemos estar todo el rato discutiendo quiénes son
los culpables y qué hacer con ellos. Ahorita nuestra conciencia tiene que estar
ocupada en cómo salir de esta situación invivible.
Tampoco la actitud
puede ser cuánto cedo yo y cuánto cedes tú. En este momento también deben
postergarse los legítimos intereses partidistas, y mucho más, obviamente, los
no legítimos que están fuera de lugar cuando lo que nos ocupa es cómo
solucionar esta situación inhumana. Hay que ver los problemas y las soluciones
más estructurales, duraderas y viables.
Tampoco podemos
discutir desde la ideología. No es el momento de proponer al país una
ideología. Hay que poner de frente la realidad, con el deterioro estructural
que sufre, para ver cómo se le pone remedio duradero, no parches.
Por eso lo que hay
que fomentar es la conciencia de realidad: dejarse afectar por la situación
concreta de tantísima gente. Ver la gente, como carne de nuestra carne, como
nuestros hermanos. De tal manera que estos problemas sean nuestros problemas.
Diálogo
para la rehabilitación de los culpables
Un aspecto infaltable
del diálogo, del que nadie habla, pero indispensable, si queremos que el país
funcione y, más en el fondo, el bien de todos los ciudadanos, porque todos son
nuestros hermanos, es la rehabilitación de los que han dejado de lado su
dignidad y se han aprovechado de la situación.
Esta actitud la
provocó el mismo Chávez al poner en práctica el socialismo rentista. Él aseguró
que con el petróleo (eran los años de precios más altos de la historia)
tendencialmente no había que explotar a nadie. La cuestión era una justa
distribución de las ganancias. Solo se fijó en el carácter alienado del trabajo
y no en su condición de cauce insustituible de humanización al capacitarse y
ejercer sus capacidades para bien de la sociedad. Un país de rentistas es un
país de parásitos, de adolescentes que no han llegado a la plena posesión de sí
y a su madurez humana. También a él se debe disponer del dinero sin informar a
nadie. Con esto no solo su gobierno dejaba de ser democracia, porque la
democracia es responsable, sino que se propiciaba la corrupción en gran escala,
cosa que en efecto pasó y pasó impunemente, porque no se enjuició a nadie. Así
sigue.
Echando por lo bajo,
más de un millón de ciudadanos tiene necesidad de rehabilitarse. Si no nos
ponemos todos en la dirección de propiciar la rehabilitación de estas personas,
no es posible el país. Ante todo, porque la mera práctica de la justicia legal
es imposible. Primero porque no puede haber cárceles para tantos. Pero, además,
¿qué jueces los iban a condenar si la mayoría necesitan ser rehabilitados? ¿Qué
policías los iban a poner presos si la mayoría necesitan ser rehabilitados? ¿Qué
carceleros los iban a custodiar si casi todos necesitan ser rehabilitados? Pero
además tienen que rehabilitarse porque todos necesitamos que el cuerpo social
se sanee para que todos podamos vivir con confiabilidad mutua y seguridad.
Pero sobre todo
necesitamos que se rehabiliten porque los queremos como hermanos y queremos su
bien. Tenemos que querer que se rehabiliten hasta los mayores culpables de la
situación. Hasta los que tienen que ir a la cárcel, tenemos que querer que se
rehabiliten y poner las vías para ello. Si no queremos su bien, si lo que
queremos es que se acabe esa plaga, entonces nosotros también estamos enfermos
y somos parte del problema del país y necesitamos ser rehabilitados. Este tema
de diálogo es el más difícil, pero a la larga decisivo.
Fuente: CentroGumilla
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