El
pasado 27 de abril, el cardenal Baltazar Porras, arzobispo de Mérida y
administrador apostólico de la Arquidiócesis de Caracas; anunciaba que la
Comisión Teológica del Vaticano aprobó el milagro de José Gregorio Hernández
realizado sobre la niña Yaxury Solórzano, quien había recibido un tiro en la
cabeza durante un asalto. Ya solo faltaría la aprobación del papa Francisco
para que el médico de los pobres se
elevado a los altares.
Más
de setenta años ha tomado a la feligresía venezolana llegar a esta etapa final
de un proceso que se veía lejano. Durante este tiempo la iglesia ha beatificado
a las madres María de San José y Candelaria de San José, lo que ponía dudas en
muchos sobre la posibilidad de ver a José Gregorio Hernández cerca de la
santidad; hoy los muros han sido derribados y un santo popular será reconocido por la jerarquía romana.
La
noticia llega en un momento de mucha tribulación para nuestro país: la ya
crisis compleja que padecemos, se nos suma la pandemia mundial por el COVID-19.
Ahora nos toca pedir por el milagro de salir de esta situación de la mejor
manera posible, que no lleguemos a vivir situaciones como las que han ocurrido
en otras partes.
Aunque
nuestro momento luce complejo, no es menos cierto que la época que vivió José
Gregorio Hernández fue muy dura: Venezuela transitaba la segunda mitad del
siglo XIX devastada por los múltiples conflictos, con un territorio diezmado y
quedando retrasado de los avances que se producían; en ese mundo creció y se formó
José Gregorio buscando con un objetivo claro servir a la población más
vulnerable.
De
aprendiz a maestro, un transitar en el cual no perdió la sencillez. Se preparó
en Europa para poder traer avances a nuestro país: introdujo el microscopio y
fundó las cátedras de Histología Normal y Patológica, Fisiología Experimental y
Bacteriología de la UCV. El mundo académico lo compagino con el religioso;
devoto católico era asiduo a la misa, incluso intentó entrar en la vida
religiosa.
Su
servicio hacia los demás es innegable: luego de graduarse de médico estuvo en
su tierra natal, donde recorrió los poblados atendiendo a la gente; dicha la
labor la abandona para realizar sus estudios en Europa. En Caracas dedicó gran
parte de su tiempo a atender a los más pobres, ayudándolos incluso con el
tratamiento para sus dolencias.
La
muerte de José Gregorio Hernández originó hondo pesar en la sociedad caraqueña,
su velorio fue multitudinario y la gente sintió que había perdido a un santo en vida. Son muchos los que
afirman haber recibido un milagro del Siervo
de Dios, siendo un trabajo incansable de quienes han empujado por su
santidad, conseguir uno en el cual no haya ningún cuestionamiento científico.
Hoy
los venezolanos nos regocijamos ante la noticia de su pronta y esperada beatificación
(paso previo para ser considerado santo), pero también elevamos la oración por
el otro milagro: salir de esta crisis sin nada que lamentar; una petición que
es hecha por personas de cualquier tendencia ideológica. José Gregorio, de
alguna manera es ese factor unificador que tanto hemos buscado en medio de la
adversidad.
Ya
la iglesia ha sido categórica en rechazar la imagen de José Gregorio Hernández
con fines proselitistas, ante los mensajes y acciones que han emitido desde el
sector oficial, buscando congraciarse con una devoción que pertenece a todos
los venezolanos. Si desde el gobierno desean ser parte de esta fiesta, deben
dar las señales de querer hacer las cosas diferentes y seguir el ejemplo
cristiano de José Gregorio.
El
hombre de bigotes, con traje negro y sombrero, acompañado de su maletín con insumos
médicos, es parte de todos. Cuando vamos a su tumba a pedir un milagro, no
vemos si el de lado tiene alguna preferencia política, lo que vemos es un devoto más como nosotros. Incluso Jesús
obró un milagro a un centurión romano; así como hay muchos ejemplos, nosotros
debemos realizar el milagro de reunificar nuestra patria dividida por el egoísmo
de unos pocos.
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